El descubrimiento de un hongo capaz de alimentarse de plástico en el Amazonas de Ecuador ofrece una esperanza renovada en la lucha contra la contaminación global. Sin embargo, su desarrollo se ve atrapado en un complejo entramado de intereses económicos, políticos y ambientales que dificultan aprovechar plenamente su potencial.
Un hallazgo de un hongo con poder transformador

En 2011, estudiantes de la Universidad de Yale identificaron en la selva ecuatoriana el hongo Pestalotiopsis microspora, el primero conocido capaz de degradar plástico en condiciones con poco oxígeno, como las que existen en vertederos. Este hongo no solo sobrevive, sino que prospera alimentándose de materiales plásticos, abriendo la puerta a soluciones no invasivas para uno de los problemas ambientales más graves del planeta.
La diseñadora austriaca Katharina Unger, junto a científicos de la Universidad de Utrecht, desarrolló el “Fungi Mutarium”, un sistema que utiliza cápsulas de gelatina y plástico tratado con rayos UV para nutrir al hongo, que lo digiere en cuestión de meses. El resultado es un producto con apariencia y sabor similar a un hongo comestible, con un aroma a regaliz. En un futuro, esta tecnología podría usarse en hogares y centros comunitarios para reciclar plástico de forma descentralizada.
El micelio, la red subterránea de los hongos, es una de las estructuras vivas más complejas y resilientes. Con aplicaciones que ya incluyen cuero vegetal para la moda, materiales de construcción y hasta bioremediación de suelos contaminados por petróleo, su versatilidad es impresionante. Sin embargo, el potencial del Pestalotiopsis aún está lejos de explotarse de forma comercial o industrial.
Entre el desarrollo y la preservación

La presencia de este hongo en la Amazonía plantea un dilema crítico para Ecuador: cómo preservar su biodiversidad mientras se enfrenta a la presión económica de la explotación petrolera. El Parque Nacional Yasuní, hogar de este organismo, contiene reservas estimadas en mil millones de barriles de petróleo bajo uno de los ecosistemas más ricos del planeta.
En 2007, el presidente Rafael Correa propuso que países desarrollados aportaran 3.600 millones de dólares para evitar la extracción de crudo en el Yasuní. La iniciativa recaudó apenas 13 millones, lo que llevó al levantamiento de la moratoria en 2013. Esta tensión se refleja en comunidades como Sana Isla, donde el hallazgo del hongo coexiste con las promesas —y riesgos— de los petrodólares.
Incluso dentro de las familias, la opinión se divide. Mientras líderes indígenas como Blanca Tapuy defienden la selva a toda costa, otros, como su hermana Innes, consideran que la explotación petrolera es clave para mejorar las condiciones de vida. Aunque la resistencia logró frenar temporalmente los estudios sísmicos, la amenaza persiste, con el riesgo de perder un recurso biotecnológico invaluable antes de entenderlo plenamente.
Un legado de contaminación y oportunidades perdidas

La historia reciente de la Amazonía ecuatoriana está marcada por la explotación petrolera y sus secuelas. Desde 1964, Texaco —posteriormente adquirida por Chevron— extrajo 1.500 millones de barriles de crudo, dejando un desastre ambiental conocido como el “Chernóbil del Amazonas”. Vertidos tóxicos, fosas sin revestimiento y una batalla legal multimillonaria han envenenado el suelo, el agua y la salud de comunidades enteras.
En este contexto, el Pestalotiopsis microspora se muestra como una oportunidad para revertir parte del daño. Su capacidad para degradar plásticos podría complementar iniciativas de restauración ambiental, reduciendo residuos persistentes y generando nuevos modelos de economía verde. Pero sin inversión, transferencia tecnológica y políticas que prioricen la biodiversidad, el riesgo es que este hongo siga siendo un descubrimiento de laboratorio, sin impacto real en la escala del problema.
El desafío es doble: proteger el ecosistema que alberga a esta especie y garantizar que sus beneficios no terminen monopolizados por corporaciones externas, como ha ocurrido con otros recursos amazónicos. Aprovecharlo requeriría colaboración entre gobiernos, comunidades locales y el sector científico, con un marco ético que priorice el bienestar ambiental y social.
El hongo devorador de plástico del Amazonas podría ser clave en la lucha contra la contaminación global, pero su desarrollo está atrapado entre intereses económicos y la falta de voluntad política. Protegerlo y estudiarlo no es solo una cuestión científica, sino un imperativo ambiental y cultural para el futuro del planeta.
Referencia:
- Applied and Environmental Microbiology/Biodegradation of Polyester Polyurethane by Endophytic Fungi. Link
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