Dacher Keltner, profesor de la Universidad de California en Berkeley, plasmó esta sensación en su libro Awe: The New Science of Everyday Wonder and How It Can Transform Your Life (Asombro: La nueva ciencia del asombro cotidiano y cómo puede transformar tu vida).
Keltner argumentó que “el asombro trata de nuestra relación con los vastos misterios de la vida”. Es una emoción que tiene implicaciones biológicas reales: puede ayudar a reducir la respuesta inflamatoria de citoquinas del cuerpo (tu respuesta al ataque de patógenos), así como calmar nuestro sistema nervioso y desencadenar la liberación de oxitocina, una hormona que promueve sentimientos positivos y que a veces se denomina la “hormona del amor”.
Los beneficios psicológicos de pasar tiempo en la oscuridad pueden ser profundos. Tanto la atención plena como la creatividad pueden verse favorecidas por los espacios más oscuros, como han descubierto durante milenios las personas que acuden a iglesias, sinagogas y mezquitas.
Hay una razón más profunda por la que las luces se apagan antes de que se levante el telón en las producciones teatrales y cinematográficas: la oscuridad crea un espacio liminal donde la imaginación puede fluir con mayor libertad. La atenuación de la luz al anochecer es la propia caída del telón de la naturaleza.
Mi propia fascinación por la oscuridad comenzó en octubre de 2022, cuando me encontré flotando en una balsa Zodiac en el mar Ártico. Nuestro guía de expedición había alejado nuestra balsa de goma de las luces artificiales de nuestra embarcación mayor, había apagado el motor fueraborda y nos había ordenado que guardáramos silencio.
Mis compañeros y yo mirábamos hacia la inmensidad del cuenco celeste mientras las constelaciones giraban en el cielo negro. La oscuridad era tan densa que no podía distinguir entre arriba y abajo, ni dónde terminaba el cielo nocturno y empezaba el mar. Me sentía desorientada y eufórica.
Sentí una oleada de sentimientos positivos mientras miraba las estrellas en aquella oscura noche ártica. La experiencia cambió mi relación con la oscuridad. Como siempre me había gustado acostarme pronto para dormir bien, decidí apagar las luces artificiales y los aparatos electrónicos a primera hora de la noche. También empecé a preguntarme qué “dosis” de oscuridad era ideal para mi salud cada noche.
Peeples, autora de The Inner Clock (El reloj interior), me dijo que “atenuar las luces en las horas previas a acostarse (incluidas las pantallas eléctricas) es fundamental para relajarse, mantener sincronizados nuestros relojes circadianos y favorecer el aumento de nuestros niveles de melatonina. Una vez en la cama, lo mejor es la oscuridad total”. ¿Su sugerencia para los que no vivimos en zonas naturalmente oscuras? Máscaras para dormir y gruesas cortinas opacas.
Esto es más difícil, por supuesto, para los habitantes de las ciudades, donde la luz artificial del cielo invade casi todos los espacios públicos. Según Peeples, la clave está en el contraste: compensar la luminosidad del día creando un ambiente oscuro por la noche, sobre todo durante las horas de sueño. Los que vivan en lugares con demasiada oscuridad pueden probar las lámparas solares, que pueden encenderse y apagarse para ayudar a realinear los ritmos circadianos.
0 Comments