Sus ingredientes principales son: harina de trigo, azúcar y huevos, y suele adornarse con ajonjolí o azúcar y perfumarse con naranja y anís, detalla la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural de México.
Principalmente en el centro del país, el pan de muerto es redondo, con “huesos” de masa que se cruzan en la parte superior del panificado, explica Ramírez Roure. No obstante, con el paso del tiempo han surgido varios tipos de distintas formas, colores y rellenos y pueden encontrarse diferentes versiones según la zona del país.
En Michoacán, por ejemplo, los panes adquieren formas antropomorfas, de flores o calaveras pintadas con los nombres de los difuntos y de los vivos; en Mixquic (Tláhuac) se preparan los “Golletes” (roscas bañadas de azucar rosa); y en Acámbaro (Guanajuato) se elaboran conejos, mulas, borregos y pan de canela, además de figuras humanas que se decoran con glaseado blanco para representar a los niños o glaseado blanco con un punto de azúcar rosa para los adultos.
Más allá de la forma que adquiera, este panificado es mucho más que un alimento, es un componente de la tradición del país. “El pan de muerto es parte de nuestra cultura, nadie celebra la muerte como nosotros (los mexicanos)”, concluye el chef mexicano.
Cabe destacar que el Día de Muertos de México forma parte de la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco, por sus siglas en inglés).
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