legado vivo de los pueblos indígenas


Durante más de un siglo, los bosques del noroeste del Pacífico han ocultado un secreto ancestral: jardines forestales diseñados y cultivados deliberadamente por pueblos indígenas. Un nuevo estudio publicado en la revista Science revela que estas comunidades no solo convivieron con la naturaleza, sino que transformaron los ecosistemas de forma positiva, resiliente y duradera, desafiando paradigmas occidentales sobre agricultura y conservación. 

jardines forestales - jardines forestales

Jardines forestales: Un legado olvidado entre cicutas y cedros

En las densas y húmedas selvas de cicuta y cedro de Columbia Británica, existen parches inusuales de vegetación con árboles frutales y arbustos de bayas como avellanas, manzanas silvestres, arándanos rojos y espinos. Aunque durante mucho tiempo se asumió que eran formaciones naturales o producto de incendios y despejes accidentales, hoy se sabe que fueron creados por comunidades indígenas hace más de 150 años.

Chelsey Geralda Armstrong, ecóloga histórica de la Universidad Simon Fraser, estudió estos sitios en zonas cercanas a Vancouver y Alaska, donde las aldeas que fueron abandonadas a finales del siglo XIX. Comparando la vegetación de estos antiguos asentamientos con los bosques vecinos, Armstrong descubrió que los “jardines forestales” albergaban una biodiversidad notablemente mayor. A diferencia de otras zonas donde solo crecían coníferas, estos jardines mostraban un mosaico de especies comestibles, útiles y resilientes, diseñadas para coexistir y perdurar.

Este descubrimiento rompe con la idea de que solo los sistemas agrícolas occidentales pueden sostener sociedades complejas. Incluso después de más de un siglo sin mantenimiento, estos jardines siguen proveyendo alimento y refugio a aves, insectos y mamíferos, demostrando que el impacto humano no siempre es destructivo.

Más que recolección: una forma sofisticada de agricultura

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Durante décadas, la ciencia desestimó la posibilidad de que los pueblos indígenas de América del Norte hubiesen practicado formas avanzadas de agricultura, al no encontrar cultivos ordenados o ciclos de siembra como en Europa. Sin embargo, este estudio muestra que su enfoque era distinto, pero igualmente intencionado y eficiente.

A través de la plantación estratégica de especies complementarias, estos pueblos crearon sistemas agroforestales que requerían menos intervención humana directa, pero ofrecían rendimientos sostenibles a largo plazo. La clave estaba en su comprensión profunda de los ecosistemas locales: sabían qué especies se fortalecían entre sí, cuáles atraían polinizadores, y cómo mantener la diversidad evitando la competencia excesiva entre plantas.

Este tipo de conocimiento tradicional —basado en la observación, la experiencia comunitaria y la transmisión oral—permitió a las comunidades no solo sobrevivir, sino florecer en armonía con su entorno.

La biodiversidad que promovieron no solo benefició a los humanos, sino también al conjunto del ecosistema. En tiempos en los que la crisis climática exige soluciones sostenibles, estos jardines forestales ofrecen un modelo valioso que merece ser estudiado y replicado.

Reconociendo el valor del conocimiento indígena

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Los hallazgos de Armstrong no solo enriquecen nuestra comprensión del pasado, sino que también abren nuevas miras para el futuro. Históricamente, ecólogos y científicos occidentales han mostrado resistencia a aceptar el valor del conocimiento indígena en la gestión ambiental. Sin embargo, investigaciones como esta demuestran que las prácticas ancestrales no solo eran efectivas, sino también profundamente ecológicas.

Para Patrick Roberts, arqueólogo del Instituto Max Planck, este estudio es una prueba fundamental de evidencia que puede cambiar la forma en que se entienden las relaciones entre humanos y naturaleza. La noción de que los pueblos indígenas simplemente “vivían de la tierra” sin modificarla activamente está siendo reemplazada por una visión más justa y precisa: fueron administradores conscientes y creativos del territorio.

Además, los jardines forestales ayudan a resolver un enigma que desconcertó a los antropólogos europeos del siglo XIX: cómo era posible que sociedades tan complejas y jerárquicas existieran sin una agricultura formal. La respuesta es que sí existía una forma de agricultura, pero basada en principios distintos: cooperación con la naturaleza, no dominación.

Los jardines forestales del noroeste del Pacífico son testimonio vivo de la inteligencia ecológica y la sensibilidad cultural de los pueblos indígenas. Más allá de su valor histórico, nos invitan a replantear cómo interactuamos con la naturaleza y qué entendemos por agricultura y conservación. 

En tiempos de crisis ambiental, mirar hacia el pasado puede ofrecernos herramientas para construir un futuro más resiliente, diverso y respetuoso.

Referencia:

  • Pacific Northwest’s ‘forest gardens’ were deliberately planted by Indigenous people. Link.


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